Cuenta la leyenda popular que un joven cordobés, perteneciente a una familia adinerada, escuchó hablar sobre un Santuario muy importante situado en Jaén que guardaba en su interior una gran cantidad de riquezas, ofrendas de los fieles a una Virgen. En dicho Santuario se veneraba a la Virgen de la Capilla, que descendió del cielo para defender a los cristianos que estaban siendo asediados por los moros. A la imagen de la Virgen se le hacían numerosos homenajes en agradecimiento a tan milagroso hecho, que se traducían en obsequios: mantos ricamente bordados en oro, valiosas alhajas, coronas etc y grandes tesoros guardados en el Camarín de la Virgen.
Este joven, se puso en marcha hacia Jaén y una vez que llegó, encaminó sus pasos hacia el Santuario de San Ildefonso, en el que está la Virgen de la Capilla. Accedió al templo, participó en la misa que se celebraba en la Iglesia y quedó en actitud orante una vez finalizada la ceremonia. Allí estuvo esperando, reclinado y con gran disimulo, hasta que el templo quedó sin fieles. Cuando vio que se había quedado solo, se dirigió rápidamente hacia la Capilla de la Virgen. Accedió al Camarín, dando un rápido vistazo a la estancia y comprobando que no había nadie. Agarró un gran saco y dispuesto ya a comenzar el robo, miró a los ojos de la Virgen y sintió un profundo remordimiento por la acción que iba a cometer. Agachó la cabeza, se arrodilló y le rezó un Ave María. Se volvió a incorporar, le tapó la cabeza a la imagen con una tela que allí mismo encontró, y continuó con su misión.
Una vez introdujo en la saca una gran cantidad de objetos valiosos, advirtió que no podría cargar con más peso, decidiendo entonces salir del Camarín con mucho sigilo. Encontró de nuevo el templo sin fieles. Se dirigió hacia la puerta principal y salió del edificio con mucha cautela. Tomó con la rapidez una calle que encontró enfrente y se dirigió hacia la Sierra de Jaén. Cuando llegó a la sierra ya había oscurecido, pero decidió no descansar y continuar caminando durante toda la noche y sin reposo, satisfecho del botín que portaba a sus espaldas. Había conseguido una verdadera fortuna y merecía la pena el esfuerzo que estaba realizando. Pronto advirtieron en el Santuario lo sucedido. La noticia del robo a la Virgen de la Capilla se extendió rápidamente. Toda la población quedó entristecida e indignada por tan sacrílego acto.
Pronto llegó la noticia del robo a las localidades más cercanas, lugares en los que también contaba con numerosos fieles la milagrosa Virgen. A la mañana siguiente el joven ladrón, muy cansado, divisó un pueblo de la serranía. Feliz y satisfecho de lo lejos que había quedado Jaén, se acercó hasta la localidad de Los Villares con intención de descansar. Inmediatamente sospecharon los villariegos al ver a un forastero que iba cargado con un enorme saco. Procedieron a detenerlo, abrieron el costal y descubrieron el tesoro robado.
El juez dictaminó para el acusado que fuera condenado a muerte. Se ejecutó la sentencia en la Plaza de San Ildefonso, públicamente, para que viera el pueblo cómo se pagaba ante la justicia semejante sacrilegio. Posteriormente le fueron separados los miembros del cuerpo, quedando la cabeza del delincuente colgada en una de las fachadas de San Ildefonso. Una vez se retiró la cabeza del condenado, se colocó en el mismo lugar otra de piedra tallada. Todavía hoy, la cabeza de piedra que nos recuerda el despreciable hurto, continúa colocada en una de las portadas del templo. Se encuentra en la fachada norte del Santuario. En la parte superior derecha, en el límite del tejado y sobre uno de los contrafuertes, permanece tallada en piedra, para recuerdo de propios y extraños, la cabeza del miserable ladrón que tuvo la imperdonable osadía de robar el tesoro de la Virgen de Capilla.
fotografías tomadas de la revista El Descenso: foto de el ladrón nº 2, pág 15, año 1998; foto de la Virgen- cartel de David Padilla nº 5, año 2008
Este joven, se puso en marcha hacia Jaén y una vez que llegó, encaminó sus pasos hacia el Santuario de San Ildefonso, en el que está la Virgen de la Capilla. Accedió al templo, participó en la misa que se celebraba en la Iglesia y quedó en actitud orante una vez finalizada la ceremonia. Allí estuvo esperando, reclinado y con gran disimulo, hasta que el templo quedó sin fieles. Cuando vio que se había quedado solo, se dirigió rápidamente hacia la Capilla de la Virgen. Accedió al Camarín, dando un rápido vistazo a la estancia y comprobando que no había nadie. Agarró un gran saco y dispuesto ya a comenzar el robo, miró a los ojos de la Virgen y sintió un profundo remordimiento por la acción que iba a cometer. Agachó la cabeza, se arrodilló y le rezó un Ave María. Se volvió a incorporar, le tapó la cabeza a la imagen con una tela que allí mismo encontró, y continuó con su misión.
Una vez introdujo en la saca una gran cantidad de objetos valiosos, advirtió que no podría cargar con más peso, decidiendo entonces salir del Camarín con mucho sigilo. Encontró de nuevo el templo sin fieles. Se dirigió hacia la puerta principal y salió del edificio con mucha cautela. Tomó con la rapidez una calle que encontró enfrente y se dirigió hacia la Sierra de Jaén. Cuando llegó a la sierra ya había oscurecido, pero decidió no descansar y continuar caminando durante toda la noche y sin reposo, satisfecho del botín que portaba a sus espaldas. Había conseguido una verdadera fortuna y merecía la pena el esfuerzo que estaba realizando. Pronto advirtieron en el Santuario lo sucedido. La noticia del robo a la Virgen de la Capilla se extendió rápidamente. Toda la población quedó entristecida e indignada por tan sacrílego acto.
Pronto llegó la noticia del robo a las localidades más cercanas, lugares en los que también contaba con numerosos fieles la milagrosa Virgen. A la mañana siguiente el joven ladrón, muy cansado, divisó un pueblo de la serranía. Feliz y satisfecho de lo lejos que había quedado Jaén, se acercó hasta la localidad de Los Villares con intención de descansar. Inmediatamente sospecharon los villariegos al ver a un forastero que iba cargado con un enorme saco. Procedieron a detenerlo, abrieron el costal y descubrieron el tesoro robado.
El juez dictaminó para el acusado que fuera condenado a muerte. Se ejecutó la sentencia en la Plaza de San Ildefonso, públicamente, para que viera el pueblo cómo se pagaba ante la justicia semejante sacrilegio. Posteriormente le fueron separados los miembros del cuerpo, quedando la cabeza del delincuente colgada en una de las fachadas de San Ildefonso. Una vez se retiró la cabeza del condenado, se colocó en el mismo lugar otra de piedra tallada. Todavía hoy, la cabeza de piedra que nos recuerda el despreciable hurto, continúa colocada en una de las portadas del templo. Se encuentra en la fachada norte del Santuario. En la parte superior derecha, en el límite del tejado y sobre uno de los contrafuertes, permanece tallada en piedra, para recuerdo de propios y extraños, la cabeza del miserable ladrón que tuvo la imperdonable osadía de robar el tesoro de la Virgen de Capilla.
fotografías tomadas de la revista El Descenso: foto de el ladrón nº 2, pág 15, año 1998; foto de la Virgen- cartel de David Padilla nº 5, año 2008
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